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Es un buen libro. No un libro imprescindible ni una obra maestra ni lo mejor de Bolaño, como dicen algunos, pero sí un buen libro, en ocasiones excelente, que recomendaría en especial a quienes hayan leído otras novelas del autor y ya sepan que les gusta, o mejor aún que les encanta. Incluso estuve a punto de darle cuatro estrellas, pero me di cuenta de que era una trampa psicológica, el deseo de convencerme, después de leer mil doscientas páginas, de que valió completamente la pena.
Para mí la mejor parte es la primera, La parte de los críticos, porque es la más interesante a nivel emocional, la más entretenida, la única que destaca por el humor (que en todo caso, entiendo bien, desentonaría en otros segmentos); en síntesis la más redonda. Prácticamente todo el contenido mantuvo mi atención y la satisfizo, incluyendo el misterio de Archimboldi, el triángulo —eventual cuadrado— amoroso, los diálogos, sueños y aventuras varias.
En La parte de Amalfitano y La parte de Fate ya se encuentran secciones enteras que no aportan demasiado, en que se abusa de la descripción y la narración de situaciones cotidianas en expresión prosaica: decenas de páginas que tientan el aburrimiento. ¿Por qué dedicar tanto tiempo, por ejemplo, al trabajo periodístico de Fate previo al asunto de la pelea? ¿Era tan interesante? No lo creo. Después está la famosa Parte de los crímenes, que es al mismo tiempo la más ambiciosa y original y la más inconsistente. Las historias hablan por sí mismas y su efecto, aunque varíe según el lector, es indiscutible. Por otro lado, desearía que más de ellas resultaran individualmente memorables, e incluso sentí que personajes como Lalo Cura o Juan de Dios Martínez podrían protagonizar sus propias novelas.
Leyendo La parte de Archimboldi me percaté de un defecto que recorre toda la obra, pero que se hace más evidente hacia el final. El gusto por la proliferación de historias dentro de historias, la manía de los desvíos narrativos, que en su mayoría son valiosos y aportan a los temas del conjunto, desfavorece en cambio el desarrollo de personajes. Éstos funcionan, a veces, como meros espectadores o consumidores de historias ajenas, transitando lugares y épocas de una forma extremadamente pasiva. La estructura centrífuga a la que me refiero es en realidad síntoma de un problema mayor, que podría llamar, tal vez con injusticia, falta de humanidad.
Para aclarar una acusación tan fuerte: no quiero decir que falte idealismo en la representación física del mundo, que ha sido, como se sabe, un asco para demasiadas personas a lo largo de la historia, y el enfoque sobre el lado lamentable de la realidad no es de por sí un punto negativo. No obstante, sentí durante la lectura que los personajes carecían inusitadamente de ilusiones, deseos, inocencia u otras “fuerzas del bien”, que al contrastar con los acontecimientos habrían incrementado el efecto emocional de la novela. Por supuesto, hay algunos gestos aislados de los que se puede inferir bondad o empatía, como la aproximación de Hans Reiter a Ansky, o el llanto de Juan de Dios Martínez. Pero por la mayor parte los personajes parecen indiferentes a su identidad y su destino, como si simplemente fueran, lo cual contribuyó en último término a mi propia indiferencia.
Me concentré en criticar, pero repito que es un buen libro, y muchos pasajes posteriores a la primera parte también me encantaron, como los juegos intelectuales de Amalfitano, el caso del profanador de iglesias, la historia de la vidente y sus apariciones públicas, la infancia de Archimboldi, las revelaciones finales, etc.