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Un monje dominicano, Agustín Leyre, escribe sus memorias, de acontecimientos que ocurrieron hace muchos años cuando fue enviado a investigar el fresco de la última cena que estaba pintando Leonardo da Vinci en el convento de Santa Maria delle Grazie en Milan. A finales del año 1496 los monjes habían empezado a recibir cartas anónimas, firmadas “el Agorero”. Hablaban de la magia diabólica de la escena, de las símbolos esotéricos y heréticas que contiene, de una conspiración que pervertirá a muchos y dañará a la santa iglesia si nadie lo frenara. No era la primera vez que las obras de Leonardo llamaban la atención de la inquisición pero esta vez la iglesia se encontraba en una situación muy delicada. La pintura era un encargo del poderoso duque de Milán y lo está pintando en la pared del refectorio del convento del cual es el benefactor. A principios de 1497 las acusaciones se agravaron y murió de parto la joven esposa del duque, también acusada por muchos de ser miembro de una secta oculta. Nuestro monje llegó a Milán con una única pista en sus manos: un acertijo que esconde la identidad del “agorero” . Agustín consiguió la llave del refectorio y cuando Leonardo no está, se dedicó contemplar su obra cuya belleza le deslumbró totalmente pero a la vez le preocuparon y luego horrorizaron muchos detalles que al principio no entendió. Pero las pistas fueron pocas y la investigación se complicó con unos cuantos asesinatos. El simpático bibliotecario se suicidó, otro fraile empezó a predicar doctrinas cátaras para luego prenderse fuego. Un peregrino se encontró asesinado en la iglesia.... Agustín se estaba perdiendo pero el lector aprende mucho más que el. Leonardo animaba a sus aprendices a razonar y pensar en el significado de lo que está pintando. Y un joven pintor de su escuela se enamoró de su modelo y le contó sus secretos: los secretos que Jesús resucitado confió a Maria Magdalena.
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