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Todavía recuerdo el impacto que me causó años atrás la noticia de un asesinato. El asesino, aficionado a prácticas satanistas, había desollado a su víctima y se había envuelto en su piel. La policía lo encontró dormido, exhausto, envuelto en la piel de la víctima y bañado en esa sangre ajena. Si bien no había dicho una palabra desde su arresto, se difundió la versión de que, a través de esa peculiar práctica, el asesino buscaba absorber la esencia de la víctima, ser su víctima, que era un miembro de su misma secta y de quien se evaluaba la posibilidad de que haya consentido el asesinato.
Leer a Knausgard me trajo ese recuerdo, creo que debido a que -salvando las obvias distancias- quien lee Mi lucha se debe sentir un poco como ese asesino, envuelto en cientos de páginas de la humanidad del autor, de su ser. Sabiendo que se trata ni más ni menos que de la historia de su propia vida relatada con fuerte apego a la verdad -según entrevistas del propio Karl Ove-, con el correr de las páginas uno va entrando en su vida, en su forma de pensar y de sentir. Uno comienza a ver la vida (su vida) a través de sus ojos. El lector entra en el mundo Knausgard, se va envolviendo en su ser, en su mundo, con esos paisajes y ciudades nórdicas como telón de fondo. La experiencia es totalmente inmersiva y ello, ya de por sí, dota a la obra de un carácter muy especial.
La fluidez y efectividad de su estilo narrativo arrastra al lector como un río caudaloso a un caminante desprevenido. La sustancia no está en lo narrado, que en gran proporción podría entrar en el terreno de lo meramente anecdótico, sino en el efecto que esa concatenación de pequeñas narraciones va creando. Es ese estilo narrativo el atractivo distintivo de Knausgard. Por eso creo -habiendo leído sólo el primero- que podría escribir 2, 8 o 20 libros de esta serie, y el efecto y la calidad serían los mismos.
Sin embargo, nada de todo lo expuesto sería posible sin una total apertura del autor, que se entrega sin restricciones a la obra. Ello sin dudas dota al texto de una verosimilitud difícil de conseguir. Knausgard no tiene inconvenientes en hurgar en las profundidades de su persona y exponer pensamientos, recuerdos y reflexiones que en muchos casos son vergonzantes, humillantes o censurables por la moralina contemporánea.
Antes de empezar a leerlo, me preguntaba por qué una obra en la que el autor narra su propia vida es considerada como (buena) narrativa y no como autobiografía. En las primeras 100 páginas ya había hallado la respuesta. En definitiva, puede que se trate de lo mismo –alguien contando su propia vida- pero la forma en la que lo hace Knausgard es definitivamente distintiva. La elección de lo que cuenta y cómo lo hace, su combinación con reflexiones (muchas de las cuales me han encantado) y el cuidado (des)orden en el que narra sin duda marcan la diferencia.
Definitivamente, lectura recomendable a todo lector.