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Si el periodismo gonzo es poner el cuerpo, en Sexografías Wiener despliega el gonzo más puro que he leído hasta el momento. Sucede que la autora pone en sus crónicas no sólo el cuerpo, sino también el alma. Exhibe sus temores, sus prejuicios, sufrimientos y deseos inconfesables mientras experimenta en primera persona aquello sobre lo que escribe. El texto entonces gana muchísimo en verosimiltud, porque el lector no percibe a una cronista escribiendo desde la cumbre de la liberalidad, sino a una persona, con sus sensaciones, con su cuerpo, con sus temores.
Para traernos las crónicas de Sexografías, Wiener tiene sexo con un actor porno, va a un club swinger con su marido, se deja azotar en una sesión pública de BDSM, toma ayahuasca, pasea por una cárcel, dona óvulos y es webcamer por un día. Gonzo al 1000%.
Las historias me suscitaron un interés dispar. Algunas, como la de la familia poligámica, la de Nacho Vidal o la del bar Bagdad, me dejaron con la boca abierta. Otras, como la historia de la travesti peruana en París o la de los cerdos, me parecieron más rayanas al cliché. La historia sobre swingers con la que cierra el libro me pareció la mejor por ese producto tan objetivo que la autora logra extraer de una experiencia tan subjetiva.
En todas las crónicas hay una excelente pluma de una autora que es a la vez parte y observadora de lo que cuenta.