Me gustó un montón, sobre todo la forma de narrar la vejez, sin romantizar pero sin ser condescendiente. Mostrar ese gusto por las cosas dulces, el acquagym semanal, el disfrutar de las amigas y el esfuerzo por relacionarse con la hija, el deseo, las fantasías con un viejo amor, un cuerpo que cambió pero que sigue dando placer.
Un libro lleno de lugares comunes y más predecible que una tabla de multiplicar, pero que te deja con un saborcito de que lindo que es el descubrimiento del feminismo y la sororidad en las adolescentes. Creo igual que subestima un poco a quien lee para tornarse un toque moralista, pero a fin de cuentas el libro tampoco busca ir más allá.
Una lectura de playa, o de esas para salir de un bloqueo lector, porque se lee súper rápido y te deja un saborcito lindo, aunque a poco.
Isabel Allende es una de mis autoras favoritas desde que la conocí. Este es un libro como los que ella sabe escribir, con historias de amor casi épicas, que atraviesan el tiempo, el espacio y las fronteras. Historias de amor que no siempre son de amantes y nunca vienen solas. Historias de amor a una patria, a una idea, a una pasión, a una tradición.
Un relato de inmigrantes que encuentran en América Latina la posibilidad de empezar de nuevo, descubrirse a sí mismos y formar nuevas familias, nuevas tradiciones.
Lo arranqué desconfiada después de ver la tapa y leer la contratapa. Hace mucho que no salía de lecturas que no estaban tan conectadas con lo fantástico, no es mi estilo ni el que suelo comprar.
Pero una historia sobre vampiros es también la historia de las ciudades y de las personas que las transitan. La narración me atrapó desde el primer párrafo y lo leí en un finde, casi de una sentada.
En La sed vemos nacer a una Buenos Aires que quiere desprenderse de su pasado colonial, pero que cae bajo el peso de la fiebre amarilla que resuena casi como un reflejo de la pandemia de hoy.
La protagonista intenta pasar desapercibida alimentándose en una sociedad que va creciendo cada vez más. El caos de la muerte es un paraíso putrefacto en el que sabe moverse, pero los avances tecnológicos ponen en peligro su existencia oculta.
En el otro extremo de libro y de la historia, una mujer también se pasea entre los límites de la muerte. Su madre tiene una enfermedad terminal y ella atraviesa un duelo anticipado que la lleva a cuestionar la fragilidad de la existencia. Una llave y una bóveda en La Recoleta las van a unir de una manera que ni ellas entienden.
Lo primero que leí a antes de empezar el libro fue que el autor lo mandó a un concurso y que salió ganador. Cuando lo terminé, pensé que posta lo tenía merecido.
No voy a pedirle a nadie que me crea es una historia fragmentada, un rompecabezas del que nunca sabés si ya te presentaron todas las piezas.
A veces la sucesión de hechos es tan inverosímil que lxs narradorxs repiten el título de vez en cuando. Un académico mexicano viaja a Barcelona para estudiar pero queda metido en el medio de negocios turbios con nuna organización que controla sus mínimos movimientos. En el medio, una crítica al academicismo literario, una parodia del rol del escritor e incluso una denuncia al poder y la corrupción.
Pero sobre todo es una novela llena de voces que se superponen, se complementa, se pisan, que dan la poca información con la que cuentan pero que nunca parece suficiente. En ocasiones parece que dialogan, y en otros momentos gritan y se tapan mutuamente.
Punto para la construcción de un lenguaje coloquial, oraciones eternas pero habladas, con la sonoridad de un castellano que se saborea en la oralidad.
Cada una de las partes está narrada por que se pisan, se complementan,
Un libro incómodo, oscuro, brutal, que te deja recalculando sobre los límites humanos.
Una colección de relatos que construyen un ambiente pesado en el que lo peor y lo menos imaginable se hace carne en el momento menos esperado.
No es una lectura ligera, para nada, pero si casi necesaria para sacudirse el sopor de ficciones cómodas y apacibles.
Te hace pensar y te revienta la cabeza, alejándote de los lugares comunes para dar paso a ese costado perverso de la naturaleza humana.
Una novela hermosa y atrapante que te deja con ganas de más pero que al mismo tiempo hace que te detengas a observar lo que te rodea. Un retrato del dolor y de la pérdida, de lo que pasa cuando todo se desmorona y buscás el retorno al origen, pero ese pasado es tan incierto como el presente del que estás escapando.
Es la historia de dos personas que no pueden dejar de encontrarse, que a pesar de los desencuentros y malos entendidos encuentran la manera de volver a estar juntxs.
Lo que no se dice ocupa tanto o más lugar que lo que está escrito, es una novela llena de silencios y de pausas que dicen un montón.
La mayoría de las veces Connell y Marianne no saben qué decir, o cómo expresarse, no entienden sus propios pensamientos y sentimientos, lo que a la vez lxs aleja y lxs lleva otra vez a encontrarse.
La conocí por la serie, que empecé el año pasado y dejé a la mitad porque no quería que terminara, y lo mismo me pasó al leer, sentí a los personajes muy muy cerca, termino la novela casi preocupada por lo que les espera
Poesía de rememorar las experiencias eróticas de la infancia, de la adolescencia. Poesía de una de las relaciones más complicadas, madre-hija. Poesía dedicada a la persona que era mi madre, antes de serlo. Poesía del mundo que habitamos, de nuestras contradicciones, de nuestros dolores.
Desde que vi que salió tenía todas las ganas del mundo de leerlo, y no me decepcionó.
No lo leí más rápido porque quería saborearlo, hacer que dure, pero aún así el final llegó demasiado rápido.
Me copa mucho esa manera de contar lo cotidiano como si no lo fuera, sobre todo cuando esa cotidianeidad se aleja bastante a mis propias experiencias.
Un amor llega cuando no lo esperabas, se adueña de todos los instantes y se va sin avisar, arrasando con todo a su paso.
Un poemario que te lleva por esas tres etapas casi sin que te des cuenta. De descubrir el amor de nuevo a perderlo casi sin saber cómo ni por qué, con una pandemia en el medio.