Diario de un testigo de la guerra de África es una obra imprescindible para comprender la relación de amor y odio, de condena al eterno enfrentamiento, entre España y los pueblos del norte de África; entre la religión católica y la musulmana. En 1859, cuando España alzó banderas contra el moro, tenía Pedro de Alarcón 26 años. La guerra patriótica del norte de África le entusiasmó de tal modo que, pese a estar libre de quintas, se apuntó como voluntario y luchó, como soldado raso del Batallón Cazadores de Ciudad-Rodrigo, junto a otros cuarenta mil españoles. Todas las regiones de España pusieron sus hombres y sus fuerzas al servicio del ideal común. Cuenta P.A. de Alarcón, de la heroicidad de las compañías de Voluntarios Catalanes "que la noble y patriótica tierra de Roger de Flor envió al ejército de África"; de los Tercios Vascongados; de los Regimientos de Castilla, generosos en esfuerzo y valentía. Describe el ambiente guerrero y festivo de aquellos hombres, y cómo en los batallones compuestos por andaluces se tocaba el fandango, en los regimientos donde abundaban los aragoneses resonaban bulliciosas jotas y en los de los gallegos se escuchaba la muñeira.
El por qué de su ardor guerrero queda así descrito, "Nacido al pie de Sierra-Nevada, desde cuyas cimas se alcanza a ver la tierra donde la morisma duerme su muerte histórica; hijo de una ciudad que conserva clarísimos vestigios de la dominación musulmana, habiendo pasado mi niñez en las ruinas de alcázares, mezquitas y alcazabas, y acariciado los sueños de la adolescencia al son de cantos de los moros, natural era que desde mis primeros años me sintiese solicitado por la proximidad del África y anhelase cruzar el Mediterráneo para tocar en aquel continente la increíble realidad de lo pasado. En África estaba el camino de aquella verdadera grandeza nacional que los españoles perdimos por resultas del descubrimiento de América...
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