"—Ya no te esperaba, Andrés. ¡Vienes tan poco por aquí! Diríase que no tienes hermana ni sobrinos ni nada, excepto tu piso de soltero, tu carrera y tus amigos.
A Andrés Gomar no le agradaban los sermones de su hermana Rita, y aunque reconocía que ella tenía toda la razón, aquel día se sentía menos predispuesto que nunca a escuchar sus reproches.
—¿No tienes una copa que ofrecerme? —preguntó alzando los ojos de indolente mirar.
—Sí, claro. ¿Qué quieres tomar? ¿Un martini? ¿Coñac?
—Una limonada —rió cachazudo, dejándose caer pesadamente en un diván forrado de rojo, escarlata.
Era un hombre alto y delgado. vestía con suma elegancia, fumaba cigarros caros, olía a buena loción francesa y se peinaba correctamente, pero no parecía un figurín. Andrés Gomar era un hombre muy hombre, llevaba sus ropas con soltura, todo en él era natural, y no había en sus ademanes desenvueltos afectación alguna. Tenía el cabello negro, sin ondas, peinado sencillamente hacia atrás, negros los ojos, grande la boca, blancos los dientes y una sonrisa siempre inexpresiva en la cara. Una sonrisa indolente del hombre al que todo le causa hastío en la vida. Como si estuviera de vuelta de todas partes sin que en ninguna de ellas se hubiera sentido satisfecho."
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