La tierra de Las Urracas se había colado por las ventanas para tejer una alfombra dorada arrastrada por el viento que se iba difuminando cuanto más se alejaba de la ventana.
Pero hasta ese momento no me había dado cuenta de que ser una mujer recta y hacer siempre lo que se esperaba de ella no había protegido a la tía Angela de la ira de Rafael. Ni tampoco a mí. —Pero tú tranquila, el día que te des cuenta de que obedecer no sirve de nada, porque te darás cuenta más tarde o más temprano igual que todas, yo estaré a tu lado para decirte: te lo dije. —Diana le dio la última calada a su cigarrillo y después lo tiró al suelo de la plaza