Excelente Julio, no podía ser de otra manera. Va un comentario uno por uno:
- En La autopista al sur Cortázar logra escribir un (gran) cuento de algo dificilísimo de narrar. Es muy fácil que algo falle en la narración de una historia como esta, que agote la repetición, que se pierdan las referencias. Pero Julito parece saber a la perfección qué retendrá el lector y que no, qué es necesario repetir y qué no, hasta donde tirar de la cuerda de las enumeraciones. Un verdadero ejercicio literario de la san p*ta.
En cuanto al argumento, me gustó esa distopía parcializada, circunscrita a una autopista, basada en el terror cercano de lo cotidiano. Me hizo acordar a El año del desierto de Mairal, justamente por ese punto de partida identificable y familiar, con la oscuridad a la vuelta de la esquina. El cierre es sencillamente excelente.
- Como nos tiene acostumbrados, Cortázar se adelanta a su época en La salud de los enfermos, una especie de “Goodbye Lenin!” literario. Julito, juega con los puntos de vista y los personajes, logrando a fin de cuentas poner en duda quién está engañando a quién. Me llevó también a Tlön, Uqbar, Orbis Tertius de Borges por esa forma en la que las ficciones creadas por los hombres acaban generando un correlato de realidad.
- Reunión me sorprendió ya desde la cita que antecede al cuento, aumentando la sorpresa con el correr del cuento al darme cuenta quiénes eran Luis y el narrador. Salvo que me falle la memoria, se trata del primer cuento en el que Cortázar aborda de manera tan directa cuestiones políticas y lo hace nada más y nada menos que a través de la Revolución Cubana. El cuento en sí no es de los mejores de Julio, que propone un protagonista acuciado en partes iguales por las urgencias físicas y las formas de procesar internamente lo que significa participar de una revolución armada. Me gustó particularmente el contraste entre la vida ‘normal' que podría estar teniendo el protagonista y las circunstancias extremas de su relato.
- Señorita Cora es más una exhibición de talento que un gran cuento. Lo sentí como si Julito, en vez de jugar en serio a ganar, se hubiese puesto a hacer jueguitos con la pelota, a tirar fantasías sin interesarle mucho patear al arco y meter goles. En este cuento Cortázar juega y experimenta con los narradores y puntos de vista con una habilidad envidiable y talentosa, pero pone esos recursos al servicio de una historia no tan interesante.
- Me gustó mucho La isla al mediodía, una nueva confirmación de que Cortázar fue un adelantado a su época en materia narrativa. Si lo hubiese leído sin saber el autor, sin dudas hubiese creído que se trataba de un cuento contemporáneo.
- Instrucciones para John Howell es quizás el que menos me gustó. Si bien logra Cortázar hacer sentir al lector la ansiedad del protagonista puesto forzosamente en escena, creo que el desenlace es demasiado opaco y abierto para lo que nos tiene acostumbrados.
- El cuento que da nombre al libro es bueno, pero no excelente. Dos triángulos amorosos a siglos de distancia se entrelazan y hallan un desenlace en común. Es interesante el juego de la llamada telefónica y la interferencia, intercalándose así ambas historias.
- En el último cuento, El otro cielo, Cortázar elige una forma intrincada de ilustrar el debate interno de un hombre entre el ser y el deber ser, con saltos temporales y geográficos. Es quizás el menos efectivo de todos los de este libro, lo sentí como si no lograse transmitir enteramente lo que quería transmitir.
Los mejores 3 mejores, en orden, fueron para mi: La autopista al sur, La isla al mediodía y La salud de los enfermos.
La premisa es simple, directa y expuesta en los términos más llanos posibles.
“Haz lo que yo digo y no lo que yo hago” clama el saber popular, haciendo suya una aparente frase de Séneca. Chang se empeña en demostrar, con mucha claridad y poder de síntesis, cómo los países hoy desarrollados instigan (digamos) a los aún-no-desarrollados a adoptar vías que ellos mismos evitaron para desarrollarse.
Por supuesto que mucho de lo que plantea Chang es debatible -no tanto la premisa básica como sus alcances, sobre todo en materia de instituciones- pero el mayor valor de este libro está justamente en abrir el debate, en invitar a una revisión de la historia oficial y a repensar qué hay detrás de la ruta hoy por hoy fijada para los países en desarrollo por las potencias y las instituciones internacionales.
El libro está estructurado en dos partes muy distintas entre sí.
La primera, “Volverse palestina”, es una crónica del viaje de la autora a Palestina, el país de sus padres y abuelos. La crónica es muy interesante porque, en forma simultánea, aborda dos cuestiones: por un lado, la cuestión de Israel y Palestina desde el terreno, sus vivencias, reacciones y sentimientos; y por el otro su historia familiar, que reconstruye en la medida de lo posible.
Pero lo que me pareció más interesante es que toda la crónica está atravesada por el rol de la nacionalidad en la propia identidad. ¿Es Meruane, que nació y se crió en Chile y no habla una palabra de árabe, palestina? ¿Su viaje a Palestina es el regreso de una palestina o la visita de una extranjera? ¿Qué implica ser palestina? ¿Qué obligaciones conlleva? Esas preguntas parece hacérselas la propia autora mientras va experimentando lo que significa ser palestino en Israel. Y son justamente estas experiencias, la mirada reacia y desonfiada del otro-israelí las que parecen ir empujando a Meruane a una identificación con su sangre palestina.
La segunda parte, “Volvernos otros”, está escrita un año después y no se trata de una crónica sino de reflexiones de Meruane sobre el conflicto entre Israel y Palestina, revisitando su viaje y sus propios textos. La autora toma al lenguaje como eje de análisis bajo la premisa de que, por más que medien enormes esfuerzos por barnizarlo de objetivo y neutral, su uso es siempre no-inocente (amo sus términos-separados-por-guiones). Meruane se esfuerza por ejemplo en desenmascarar trampas retóricas de quienes, según su parecer, buscan una paz-victoria-para-Israel, aunque es también autocrítica y revisa su propio léxico utilizado.
La primera parte se siente muy personal, fluye, invita a saber más. La segunda es más académica, quizás menos original y un poco más trillada. Pero el resultado es una obra original que suma (y no resta, lo que no es poco) a un conflicto que parece no querer acabar.
Tres cuentos espirituales parece una reivindicación de la narración, del acto mismo de narrar. Son tres cuentos narrados con un apuro por momentos frenético y con un estilo que se asemeja muchísimo a la oralidad. Pero, extrañamente, en ese frenesí narrativo no hay desorden: por el contrario, hay una cuidadísima elección de formas y palabras.
En el prólogo, Katchadjian alude a una frase que suprimió -pero que, en definitiva, no suprimió- de Alain Badiou, que habla de “una infernal agitación inmóvil”. Y en ese mismo prólogo, el autor refiere (o polemiza mejor dicho) que estos cuentos “van de afuera hacia adentro”. Esas son las dos claves de lecturas que, con mucha claridad, nos aporta el propio autor.
Efectivamente en los tres cuentos hay un accionar, un movimiento constante e intenso que se contrapone a una búsqueda interna, a una problematización de la propia identidad, que permanece y atraviesa todas esas peripecias. En ese sentido, es cierto también parece haber un viraje desde el afuera -las acciones narradas, puras y duras- hacia una introspección que va surgiendo sobre la marcha cada vez con mayor intensidad.
Interesante ejercicio literario.
2,5 estrellas
Se me hizo larguísima la lectura. Aunque tiene pasajes buenos, el libro me pareció bastante repetitivo y monotemático. Me pareció que la obra trata básicamente de Ignatius siendo Ignatius, un gordo ermitaño que detesta a las personas y a la sociedad en su conjunto (pero que exige todo de ellas) y que transita la vida guiado por una absoluta falta de empatía.
Si bien la intención del autor es la de recurrir al absurdo a través de personajes hilarantes, su humor me llegó a cuentagotas y se me hizo reiterativo. Lo caricaturezco de los personajes impide su desarrollo, por lo que una vez conocido cada uno de ellos no hacen más que repetirse durante las 400 páginas del libro.
En cuanto al famoso Ignatius Reilly, me generó principalmente -como dicen los yanquis- cringe. Me pareció un pobre tipo que construye una autopercepción de superioridad moral e intelectual como forma de negación de su propio patetismo. Si algún valor encarna el personaje en sí mismo, es justamente el de mostrar hasta qué extremos las personas pueden llegar a elaborar autoficciones para escapar de su propia realidad.
Dicho esto, he de admitir que algunas de sus observaciones me parecieron interesantes y divertidas. Y también es cierto que el personaje de Ignatius es icónico y difícil de olvidar.
Hallé interesante reflexionar cómo encajaría Ignatius en la actualidad, donde los Ignatius del mundo, facilitadas sus capacidades de comunicación y expresión a través de las redes sociales, parecen tener hoy un rol mucho más significativo en la sociedad. Me encantaría algún ejercicio artístico (quizás ya existe) de situar al personaje en un ámbito contemporáneo: ¿sería un troll que despotricaría contra todos y todo en las redes? ¿el líder de alguna agrupación conspiranoica o terraplanista? ¿o quizás candidato a Presidente?
(3,5 estrellas)
Hay muchas y muy variadas distopías, pero todas tienen en común que consisten básicamente en una proyección hacia el futuro desde el presente. En El año del desierto Mairal desafía esta premisa y plantea en cambio una distopía que consiste exactamente en lo contrario, es decir, un regreso hacia el pasado desde el presente.
Ese viaje hacia atrás desde lo contemporáneo está vehiculizado por un elemento claramente simbólico (Sarmiento dixit): la denominada “intemperie”. Si bien nunca es exactamente definida ni sus orígenes son explicados, se conoce que la intemperie es ni más ni menos que el avance del desierto, del campo, sobre la ciudad. A su paso, la intemperie destruye las construcciones humanas (edificios, calles, monumentos, máquinas), dejando todo en un estado rudimentario: allí donde había grandes edificios vuelve a haber establos; allí donde había anchas avenidas hay ahora caminos de tierra a duras penas demarcados.
Pero además, el avance de la intemperie implica una regresión en el tiempo. En un proceso que me pareció incluso lúdico entre lector y autor, Mairal va sembrando el relato de distintos elementos que van conformando esa certidumbre de que estamos yendo hacia atrás. Comienza con limitaciones tecnológicas, reaparición de extintos edificios (como la cárcel de Av. Las Heras), se le suman regresiones sociales (como la limitación del voto femenino), sutiles cambios de nombres en las calles, reaparición de enfermedades erradicadas y finalmente distintos hechos históricos que -algunos más evidentes que otros- terminan por confirmar que las agujas del reloj van hacia la izquierda y no hacia la derecha.
La primera parte del libro me pareció agobiante. La percibí como si el autor quisiese explicitar qué pasaría si la -aparentemente- inagotable capacidad de resiliencia y adaptación de los argentinos finalmente fuera vencida por las circunstancias, quizás la peor pesadilla de cada argentino. Luego cuando la trama comienza a avanzar, me gustaron las alusiones tanto históricas como literarias que va sembrando Mairal. La lectura se convierte en casi un juego detectivesco, donde cualquier alusión contextual se convierte en una potencial referencia histórica. Jugando a este juego, el lector encontrará referencias históricas para constatar cuánto ha retrocedido en el tiempo la protagonista, mientras que alusiones a Emma Zunz o Evelyn de Joyce enriquecen aún más ese contexto.
En líneas generales, me gustó, me pareció original y hasta pasible de convertirse en serie. Mairal siempre destaca la importancia de traer el cuerpo al texto, pero creo que por momentos se excede, redundando en algunos pasajes que pecan de extensos. Recomendable.
Un lindo libro sobre el mate, que lo aborda en forma integral y que formula tesis originales e interesantes sobre un ícono indiscutible de la cultura argentina.
Por un lado, Cáceres hace lo que promete al inicio del libro: desmenuza el ritual del mate, sus componentes y utensillos, su significado personal-individual y social. Pero pareciera que, a pesar de intentarlo, la autora no puede contener su propio ímpetu y va más allá de un mero elogio onanista del mate e indaga en su historia, su uso como parte de la construcción de la nación argentina y los cambios en la reputación de su consumo a través de la -corta- historia nacional.
Me pareció muy interesante el planteo de la autora respecto a lo que califica como apropiación del mate -originalmente guaraní y de la zona que hoy es la mesopotamia argentina- por parte de la pampa húmeda (incluyendo obviamente a Buenos Aires). Esa asociación automática del mate con el gaucho, la pampa y las vacas fue, sino forzada, cuanto menos impulsada por la necesidad de homogeneizar una nación en plena construcción.
Igual de interesante me pareció la revisión de ciertos mitos basales de la imagen actual del mate, en particular aquel que reza que el mate no conoce de distinciones de clases sociales.
En definitiva, Al borde de la boca es un excelente complemento entre una especie de lúcida introspección -porque el mate en definitiva es parte de cada argentino- y repaso histórico del mate. Me dejó la sensación de que cada tema podría tener un desarrollo muchísimo más extenso. Celebro igualmente la existencia de este lindo librito.
Si el periodismo gonzo es poner el cuerpo, en Sexografías Wiener despliega el gonzo más puro que he leído hasta el momento. Sucede que la autora pone en sus crónicas no sólo el cuerpo, sino también el alma. Exhibe sus temores, sus prejuicios, sufrimientos y deseos inconfesables mientras experimenta en primera persona aquello sobre lo que escribe. El texto entonces gana muchísimo en verosimiltud, porque el lector no percibe a una cronista escribiendo desde la cumbre de la liberalidad, sino a una persona, con sus sensaciones, con su cuerpo, con sus temores.
Para traernos las crónicas de Sexografías, Wiener tiene sexo con un actor porno, va a un club swinger con su marido, se deja azotar en una sesión pública de BDSM, toma ayahuasca, pasea por una cárcel, dona óvulos y es webcamer por un día. Gonzo al 1000%.
Las historias me suscitaron un interés dispar. Algunas, como la de la familia poligámica, la de Nacho Vidal o la del bar Bagdad, me dejaron con la boca abierta. Otras, como la historia de la travesti peruana en París o la de los cerdos, me parecieron más rayanas al cliché. La historia sobre swingers con la que cierra el libro me pareció la mejor por ese producto tan objetivo que la autora logra extraer de una experiencia tan subjetiva.
En todas las crónicas hay una excelente pluma de una autora que es a la vez parte y observadora de lo que cuenta.
Niall Ferguson se esfuerza demasiado por aportar una visión reveladora y original sobre uno de los temas más abordados por la historiografía contemporánea.
De todas las premisas que plantea Ferguson, quizás la más interesante sea la idea de que las guerras del siglo XX acaban con un Occidente perdedor frente a un Oriente que comenzó el siglo sometido a un Occidente colonizador y lo terminó independiente y en crecimiento económico.
Wilson está estructurada en tiras de una página entre las cuales existe una continuidad y que conforman en conjunto una historia, lo cual permite calificarla de novela gráfica.
La primera imágen de Wilson (el protagonista) se me hizo muy similar a la de Larry David, sobre todo por ese apego a las verdades incómodas tan característico del protagonista de Curb your enthusiasm. Sin embargo, con el correr de las tiras Clowes presenta un personaje bastante más sombrío, triste y, diría, profundo.
Wilson es sin dudas un inadaptado social cuya conducta por momentos resulta simpática y por momentos irritante. Acuciado por su propia soledad, busca una razón que de sentido a su existencia y reincide en su intento de encontrar ese sentido en terceras personas (sin detalles para no spoilear). Busca la mirada ajena para sentirse vivo.
Estéticamente, me encantó el estilo de Clowes. Creo que la obra es demasiado oscura para mi gusto, un poco más de humor le hubiera venido bien.
P.D: Me pareció magnífico el recurso de Wilson hablándole a un desconocido en un café, suplantando a ese amigo que no tiene.
Madame Bovary deja marca y ello se debe, principalmente, a Emma. El talento de Flaubert para construir uno de los personajes más complejos que he leído -y que por algo es de los personajes más icónicos de la literatura universal- es envidiable. A través de toda la obra, Emma me ha generado los sentimientos más contradictorios, entre ellos ternura, enojo, compasión, pena y rechazo.
Por supuesto que hoy el argumento suena tan trillado como el de una telenovela de las 3 de la tarde, pero en su momento la novela fue tan polémica que hasta le costó a Flaubert un juicio.
En mi opinión, el aspecto más valioso de la obra lo encuentra el lector al analizar cómo el rol de la mujer, es decir lo que la sociedad dictaba que una mujer debía ser/hacer/pensar, acaba por limitar a Emma en todos sus ámbitos: se encontraba encerrada en su matrimonio cuasi forzado frente al cual la única alternativa posible era el exilio (y bien lejano); sus capacidades económicas propias eran nulas; y sus posibilidades de desarrollo intelectual estaban acotadas al piano y los quehaceres del hogar (en repetidas ocasiones le recomiendan a Charles limitar sus lecturas).
La propia Emma reflexiona sobre esto al explicar por qué prefería un hijo varón:
”Un hombre, por lo menos, es libre; puede recorrer los países, atravesar los obstáculos, probar las dichas más lejanas. Pero a una mujer le está continuamente prohibido todo esto. Inerte e inflexible a la vez, tiene contra ella las morbideces de la carne junto a las dependencias de la ley. Su voluntad palpita a todos los vientos como el velo de su sombrero sujeto por un cordón; siempre hay algún deseo que tira, alguna conveniencia que coarta”
“quería morir, pero también quería vivir en París”
Se disfruta cuando temas tan complejos son abordados con el profesionalismo y la claridad de Guerriero.
Se explora en este libro una arista más de Malvinas, esa herida que sigue abierta en los 46 millones de corazones argentinos. La identificación de los caídos, como todo lo relacionado con la guerra, no está exenta de política, especulaciones y una vergonzosa (in)acción estatal.
Por momentos desgarrador, es admirable la manera en la que Guerriero teje a partir de relatos de los propios protagonistas y, sumando esas voces, nos presenta una historia relatada.
“La familia Folch supo del fin de la guerra por televisión, y del regreso de los soldados porque se corrió la voz.- Dijeron que volvía ese regimiento -dice Carmen-. Asique llamé a Ana y le dije ‘ya están acá.'- Fuimos mi marido, mis hijos, mi papá, mi mamá -dice Ana-. Íbamos haciendo planes para hacer un asado. Llegamos. Empezamos a preguntar por mi hermano. Gritábamos ‘¡Folch! ¡Folch!' Pero no nos decían nada. Hasta que se acercó un mayor y dijo: ‘No lo busque. Él murió en Malvinas'”
Mi lucha es un fenómeno literario. Es algo distinto, novedoso. Es una bocanada de aire fresco en un momento en el que la mayoría de los escritores contemporáneos, sin importar el género, parecen estar escribiendo el mismo libro. Creo sinceramente que cualquier amante de la literatura debería leer al menos uno de los 6 libros que componen esta obra y juzgar por sí mismo.
Sé que Karl Ove Knausgaard (KOK) es muy discutido, lo cual me parece no sólo razonable, sino también saludable. Su estilo es llano y eso parece molestar a sus críticos. También se ha dicho que Mi lucha consiste básicamente en el autor contando su vida, lo cual es técnicamente cierto. Sucede que al “contar su vida”, KOK adopta una mirada totalmente libre de cualquier tipo de filtro, sobre cuya base desarrolla una introspección oscura y descarnada. De este modo, el relato adquiere una veracidad difícil de lograr en la pura ficción.
Sus relatos de meros hechos y anécdotas (una fiesta de cumpleaños de su hija que ocupa unas 40 páginas, una fiesta de año nuevo otras 30 páginas, etc.) son marinados con los sentimientos y pensamientos que atravesaron al autor en esas situaciones, lo cual torna una simple anécdota en toda una experiencia introspectiva. Muchas veces esas ideas y pensamientos resultan (muy) contrastantes con la corrección política, algo que al autor parece no importarle. Tampoco parece importarle que todo el mundo se entere de sus más bajos y oscuros pensamientos incluso sobre sus propios hijos, familiares, amigos y parejas.
Hay aquí un compromiso total de KON con su obra. Se abre sin filtros, asume riesgos personales y se entrega plenamente. Eso, ya de por sí, es muy valorable.
Las reflexiones teóricas que se entrelazan con el relato son sin dudas otro elemento distintivo que enriquece y distingue a este libro. En ese sentido me recordó a Kundera, aunque este último tiene un estilo más erudito.
Pero al margen de la cuestión técnica, creo que el éxito de Mi lucha radica en que se trata del fruto de una época. Es muy difícil que un lector atraviese su lectura sin sentir un alto grado de identificación con varias de las ideas o sentimientos que plantea el autor y eso nos habla a las claras de que KOK está retratando una época. Ambientada en Noruega y Suecia, si, pero de alcance global, o al menos occidental.
Este volumen particular se centra en dos temas fundamentales: la paternidad y el amor, y en su lucha por seguir con su carrera de escritor en un contexto donde las demandas de lo cotidiano lo agobian. Hay también reflexiones sobre la amistad, el arte, la familia. En definitiva, hay un KOK para cada lector.
Por último, debo decir que Un hombre enamorado me gustó más que La muerte del padre. Creo que hay una evolución en la prosa, que fluye más que en el primer libro y que dota de una naturalidad sorprendente al curso del relato. Va y viene en el tiempo pero ese tránsito es natural, no hay giros forzados ni saltos abruptos.
Pero para qué leerme a mí, si el propio Karl Ove explica casi al final del libro en qué consiste Mi lucha, este híbrido entre ficción y realidad:
“En el transcurso de los últimos años había perdido cada vez más la fe en la literatura. Leía y pensaba que eso había sido inventado por alguien (...). Yo era incapaz de escribir así, no funcionaba, cada frase era respondida con la idea: esto es simplemente algo que acabas de inventar. No tiene ningún valor. Lo inventado no tiene ningún valor, lo documentado no tiene ningún valor. Lo único que para mí seguía teniendo valor y todavía tenía sentido eran los diarios y los ensayos, la parte de la literatura que no es narración, que no se trata de nada, sino que sólo consta de una voz de la propia personalidad, de una vida, un rostro, una mirada con la que uno podía encontrarse. ¿Qué es una obra de arte sino la mirada de otro ser humano? No por encima de nosotros, ni tampoco por debajo de nosotros, sino justo a la altura de nuestra propia mirada.”
Durante mucho tiempo Pynchon anduvo rondando mi lista de pendientes. Quería que me gustara, estaba listo para ser encantado por este enigmático escritor que para muchos es el autor posmoderno por excelencia, pero me encontré simplemente con un Vonnegut diluido, sin tanta chispa ni genialidad.
Si bien creo haber comprendido la propuesta y el estilo del autor, quizás haya un nivel de análisis al que no logré tener acceso. Sin embargo, evaluando mi experiencia como lector, lo que puedo decir es que es una obra que no me deslumbró ni desde su ejecución ni desde su planteo. El ritmo frenético del relato y de los hechos que se narran requiere, para no ser más que una maraña azarosa de desventuras inconexas, de una pluma afilada que deslumbre con humor, con lucidez, con originalidad bien entendida. Y de eso, en mi opinión, hay muy poco.
A menudo los autores siembran las claves de lectura en la propia obra que escriben. Quizás Pynchon nos quiera decir que no lo tomemos tan en serio, al hacer decir a uno de sus personajes “You guys, you're like Puritans are about the Bible. So hung up with words, words”.
Hermanos de alma es una gran voz. Es la voz de Alfa Ndiaye, es su visión ante una realidad que lo abruma y lo excede, en su rol de soldado de una guerra ajena.
Es muy personal la prosa de Diop, muy verosímil. Traspasa al papel de una forma muy hábil el habla tosca con la que los africanos suelen hacer suyos los idiomas europeos -a pesar de que se supone que Ndiaye habla en su lengua nativa-. En ese léxico a veces limitado, van surgiendo pensamientos, culpas, remordimientos y temores, ideas, y formas de ver el mundo. Pero además, en el marco de esa mirada tan personal, Diop logra hilvanar una historia interesante, donde van sucediendo cosas. Es decir que logra desplegar una más que interesante subjetividad y ponerla en movimiento, todo ello en 120 páginas.
La obra contiene diversas opciones de análisis, desde cuestiones tan humanas como el sexo, la violencia y las relaciones personales hasta cuestiones histórico-políticas como el colonialismo. Basta siquiera con preguntarse por qué un senegalés está peleando una guerra para Francia contra tropas alemanas. Sin embargo, con sólo atenerse a la literalidad de una mirada tan talentosamente desarrollada por Diop, es suficiente.
El final primero me pareció muy bueno. No sé qué habrá querido transmitir el autor, pero en la interpretación que yo le di, me pareció sensacional. Le faltó, quizás, un poco de contexto, algún indicio previo de transición, pero sin dudas cierra el libro de una manera fantástica.
La premisa despertó mi curiosidad: una serie de ensayos cortos escritos por académicas mujeres sobre Maradona, cuya figura hoy parecería encontrar su más férrea resistencia en algunos sectores feministas argentinos -además de en las clases medias/altas moralistas-. Sin embargo esa tensión con el feminismo, que en su versión argentina abraza también lo popular, no es abordada en forma explícita en ninguno de los textos.
Al margen de esta cuestión puntual, me pareció un libro interesante que explota esa paradoja según la cual Maradona es la persona más públicamente expuesta de la historia argentina, pero sobre quien faltan análisis (sobre todo de su implicancia social) que vayan más allá de la charla de café, el panel de televisión o la sobremesa de un asado. Es por ello que parte de lo que se dice se siente como poner negro sobre blanco conceptos que ya pertenecen al dominio público maradoneano, aunque hay también varios elementos y análisis novedosos e interesantes.
Todos los textos parten de una posición tomada: la mayoría de las autoras reconoce explícitamente su condición de maradoneanas. Eso asegura por un lado la ausencia de posiciones cargadas de moralina tilinga (que parten de la funesta máxima “me gusta el Maradona futbolista pero no el Maradona persona”), pero a costa de reducir la variedad de puntos de partida. Lo considero un precio justo.
Destaco el texto “Prometeo (des)encadenado”, quizás el más literario, que se nota fue escrito con la pasión del amor y en el cual se despliega un más que interesante paralelismo entre el mito de Prometeo y la vida del Diez. El repaso de la vida del Diego y su reflejo mediático de “Juramos con gloria” es muy emocionante. El análisis en “El armado de un nombre” de cómo Maradona forma ese “otro” al hablar en tercera persona es muy bueno también.
Algunos extractos interesantes:
“Diego, como Nietzsche, como Discépolo, como Van Gogh, ‘conjuga su existencia solo en el presente, sin mediaciones, sin ninguna red de contención: el mundo entero se despliega cada vez sobre su cuerpo, la cicatriz ajena y la propia, todo a la vez'. Para Diego el presente es insoportable, es urgente, es malestar que deviene invención”“Lo que él encarnó, frente a la mirada de los que creen, es una potencia que permitió (y permite) cambiar la distribución del poder y generar una ruptura con lo que se establecía como norma. Una fuerza que excede los parámetros de la lógica, pero con un fuerte anclaje en la realidad palpable. Habilitó una ‘confianza superadora de ciertos límites'”
“Uno puede pensar que la propuesta de vivir en el ritmo y no en el sentido corresponde a la intuición de una libertad extrema. De la libertad desconocida. Y que eso implica una gran subversión y una suspensión en el vacío. Y que así Diego parece Dios” (Hermoso párrafo final del libro).
PD: El arte de tapa es sencillamente espectacular, con el rostro de un Diego joven con un cuerpo formado por los rostros de “Manifestación” de Berni.
Dice Piglia en sus clases que la producción literaria de Borges luego de quedarse ciego ya no tiene el mismo nivel, básicamente debido al forzado cambio de método de la escritura al dictado. No me animaría a sostener que en El informe de Brodie hay una merma en su calidad literaria, pero sí se hace evidente un cambio de estilo. Hay un Borges mucho más oral, con un estilo más directo y diría hasta más llano. Curiosamente, en el prólogo dice que “cumplidos los setenta, creo haber encontrado mi voz”. Me parecieron cuentos mucho más narrativos donde se cuentan historias, abandonando recursos tan borgeanos como la falsa reseña literaria o la multiplicidad de notas al pie.
Es un libro donde el duelo, que siempre ocupó un espacio en la literatura de Borges, se hace con el rol principal. Hay un componente de violencia muy marcado que tiene su pico máximo en “El otro duelo” con una carrera de degollados; hay un duelo donde son las cosas las que riñen (el componente fantástico de “El encuentro” me pareció novedoso, con su sentencia de que “Las cosas duran más que la gente”); y hay también un duelo aristocrático en “El duelo”, que sin dudas retrotraerá el lector a “Los teólogos” de El Aleph.
Pero aparece también un Borges abordando temas históricos y políticos de la Argentina en forma más explícita que nunca, tal es el caso de “La señora mayor” y “Guayaquil”.
La intertextualidad entre “Hombre de la esquina rosada” (1927) e “Historia de Rosendo Juárez” (1970) es excepcional; “Juan Muraña” me llevó sin escalas a “La puerta condenada” de Cortázar. “El evangelio según Marcos” me pareció conceptualmente magnífico pero quizás fue excesivamente directo su planteamiento y resolución. El cierre con “El informe de Brodie” parece aludir a toda la barbarie desparramada en los cuentos previos.
En su breve ensayo “El escritor argentino y la tradición” Borges confiesa que “Durante muchos años, en libros ahora felizmente olvidados, traté de redactar el sabor, la esencia de los barrios extremos de Buenos Aires; naturalmente abundé en palabras locales, no prescindí de palabras como cuchilleros, milongas, tapia, y otras, y escribí así aquellos olvidables y olvidados libros”. Agrega luego que recién cuando abandonó su infructuosa búsqueda de “encontrar ese sabor” pudo finalmente producir un texto que reflejaba cabalmente la imagen de las afueras de Buenos Aires, sin recurrir a ese léxico del cual la oralidad es tan celosa.
Podría decirse entonces, si de un diario amarillista se tratase, que Fogwill tiene éxito allí donde Borges fracasó. Es que en esta obra Fogwill reproduce con una naturalidad pasmosa las voces de varios personajes pertenecientes a distintas esferas de la sociedad argentina de los 90s. La verosimilitud lograda en una novela de tanto diálogo es aún más valiosa, porque Fogwill no esconde a sus personajes: por el contrario, los expone a puro diálogo y desarrolla la trama a través de lo que tienen para decir y pensar, casi sin recurrir a la narración.
A través de estas voces Fogwill retrata esa década de los 90s tan subrepresentada en la literatura argentina, esa época de champagne para unos pocos y desocupación y marginalidad para unos cuantos, con abundancia de vivos, delincuencia, drogas y negociados.
Lamentablemente esta destreza en la construcción de voces no viene acompañada de una trama interesante. En Vivir afuera no pasa mucho. Pareciera que Fogwill se conforma con presentar a los personajes, sus problemas y sus situaciones, pero a los personajes les pasa poco y nada. De hecho la totalidad de la obra se desarrolla en el espacio de unas pocas horas.
Fogwill pone el ojo -con mucho talento- allí donde muchos otros no, y eso es valioso de por sí.
Como un vino largo que se instala en el paladar y deja un prolongado sabor en boca que muta y se transforma, los cuentos de Borges dejan una inconfundible marca tras su lectura: se instalan en tu cabeza, se pegotean en tu mente como un chicle tenaz y te acompañan durante un largo tiempo después de su lectura. Son cuentos estimulantes, que traen consigo ideas, conceptos, reflexiones que invitan al pensamiento y a la reflexión.
Si bien me gustó más Ficciones (no hay día que no evoque a Tlön), El Aleph es una cosa impresionante. El inmortal y El Aleph son sin dudas el plato fuerte, pero tengo especial debilidad por La casa de Asterión y Biografía de Tadeo Isidoro Cruz desde que los leí allá por cuarto año del secundario. La grata sorpresa fue El zahir, un cuento que no es de los más renombrados pero que me encantó.
Es muy interesante el ejercicio de volver a la lectura de Borges después de tantos años. La relectura confirma sin dudas la repetida fórmula de que se requiere cierta madurez literaria para disfrutar mejor a Borges, que es tan cierta como que leer a Borges es bueno a cualquier edad y en cualquier circunstancia.
Lo primero que tengo para decir es que la edición de BBC Penguin en inglés que leí es un horror, parece literalmente un texto en Word mal formateado. Los párrafos no están justificados, la letra está en negrita (!) y las imágenes están intercaladas a lo bruto. Ahora la review propiamente dicha:
El libro viene precedido de cierta fama y me pareció estar a la altura. Berger habla desde una posición tomada, con claros elementos de Marx y un sorprendente feminismo para la época, y se centra con particular énfasis en cómo el arte se vio afectado por la irrupción del capitalismo.
El autor considera que el surgimiento y la consolidación de los óleos sobre lienzos como el formato de pintura por excelencia que persiste hasta hoy está intrínsecamente conectado con el capitalismo: su portabilidad la convierte en una mercancía intercambiable, al contrario de lo que sucedía antes de su aparición, cuando se pintaba sobre paredes o techos, sin posibilidad de remoción. En ese marco, Berger se adentra en el significado y la implicancia de las pinturas de objetos, retratos, mujeres, animales, paisajes. En todos los casos, salvando las particularidades de cada uno, el autor cree reconocer un afán de demostración de riqueza y poder, tanto de ricos sobre pobres como de hombres sobre mujeres.
De este modo, la gran parte de las obras del período 1500-1900 carecen en su opinión de un valor artístico elevado, porque se limitaban a satisfacer la demanda de aquellos que sólo querían ostentar sus riquezas. Ello sin embargo nos es ocultado a través de los denominados grandes maestros que hoy son enseñados como los máximos exponentes de sus épocas respectivas. Lejos de cuestionar a estos grandes artistas, Berger sostiene que lo que conocemos hoy como maestros no fueron más que escasas excepciones a su época que, lejos de representar al cánon en el cual se desarrollaro, lo desafiaron con altísimos costos personales. Es decir que la excepción nos es presentada como si fuera la regla, no sólo en términos de destreza artística sino especialmente en lo conceptual.
Creo que lo valioso de este librito es que aporta una mirada totalmente distinta a la de la academia e invita a la consideración de elementos adicionales, tanto históricos como simbólicos. Toda invitación al cuestionamiento es bienvenida, y creo que este libro es básicamente ello.
Es lo primero que leo de Guerriero. Llegaba con altas expectativas y me llevo un sabor agridulce de esta lectura.
El abordaje de Guerriero no es policial y esto es importante destacarlo, porque no deben ser pocos los lectores que acuden al libro pensando en que la autora se abocará a la resolución de un misterio irresuelto, concluyendo con una inédita verdad revelada. En efecto, Guerriero intenta resaltar de principio a fin los motivos sociales, culturales y políticos que generaron el caldo de cultivo ideal para estos suicidios. De esta forma, por momentos parece como si se conformara con sólo rascar la superficie de cada uno de los casos individuales: una entrevista con algún familiar, un recorte periodístico y ya. No hay una investigación exhaustiva, no hay teorías falseadas o confirmadas, ni se soslayan verdades ocultas.
De manera que un libro que parece tratarse de una serie de suicidios termina utilizándolos principalmente como disparador de lo que, con el correr de las páginas, se impone como el verdadero objeto de la crónica: el pequeño pueblo petrolero de Las Heras, hundido en el interior del interior. Y esa tarea Guerriero la hace muy bien. Se palpa el aislamiento (simbólico y práctico, a todo nivel) de este pueblo que nadie siente propio pero en el que todos viven su vida y se logra así una acabada percepción de lo que significa ser un joven de Las Heras.
A fin de cuentas, me dejó una sensación de sobrevuelo, me pareció que cada historia daba para más. A la vez, la caracterización de Las Heras es buena e interesante de por sí.
Lolita es un canto a la literatura, es una demostración (u ostentación) del poder de la palabra. Lo que mirado desde un punto de vista objetivo no es más que una larga confesión de una monstruosidad atroz, bajo la pluma de Nabokov se transforma en una experiencia subjetiva y compleja, en la que no pocos lectores acaban -sobre todo hacia el final- sintiendo pena o incluso acaso empatía por Humbert. He ahí el poder de la palabra y su debatible valor frente a la objetividad de los hechos, cuestión central en nuestra actualidad.
Fue una lectura que por momentos se me hizo difícil, no por la prosa de Nabokov, sino justamente por lo que se narra. Hay cuestiones muy duras de digerir, sobre todo aquello que Humbert elige contar -no sin inocencia- a la pasada: los dolores físicos, los llantos diarios de Lolita, esas pequeñas alertas objetivas de la realidad que se cuelan en el relato. Y la lectura, justamente debido al gran talento de Nabokov, implica también envolverse en una atmósfera densa y oscura, en la mente de un perverso pedófilo, de manera tal que, por momentos, bajar el libro implicaba un alivio.
Quizás hoy el personaje de Humbert no sea tan ajeno para quien haya mirado alguno de los tantos documentales de Netflix sobre criminales. Lo que sorprende es que Nabokov le haya impreso características tan atinadas -narcisismo, sentimiento de superioridad intelectual, la formulación de autoengaños y antecedentes históricos para justificarse, la desviación de culpa- justamente sin tener acceso a esos recursos. Personalmente creo que debió conocer a alguien como Humbert, y debió conocerlo bien.
Excelente lectura.
Daytripper es una linda novela gráfica que podría ser mucho mejor si tuviese menos aspiraciones. Se notan demasiado los esfuerzos de los autores por dejar alguna frase subrayable, alguna reflexión reveladora, lo cual termina redundando en un abordaje trillado de cuestiones existenciales como el amor, la familia y especialmente la muerte. No soy particularmente fan del ‘show, don't tell' pero creo que en este caso le hubiera sumado mucho a la obra.
Dicho esto, también es cierto que -quizás recurriendo a algunos golpes bajos efectistas- Daytripper es efectiva a la hora generar sensaciones en el lector. Tiene también un muy buen comienzo (el primer capítulo es impactante para el lector deprevenido, tal fue mi caso) y un buen final: los últimos dos capítulos son particularmente buenos, aún a pesar de lo ya dicho en el primer párrafo.
A nivel visual, es un estilo muy ameno, colorido, y con buen uso de las tonalidades de acuerdo a la escena.
Vale la lectura.
Me gustó, aunque no está a la altura de Bestiario o Final del juego. Siendo pocos los cuentos que componen esta obra, va una breve review de cada uno:
-Cartas de mamá me pareció excelente. Se palpa el estupor del protagonista cuando lee aquel nombre tácitamente recluido en el silencio y se termina de consolidar a partir de allí una presencia alimentada a base de culpa, ausencias y silencios delatores. Es un cuento muy cortazariano, que quizás podría haber tenido un final mas pulido.
-Los buenos servicios es quizás el primer cuento de Cortázar que me parece decididamente malo. Falta justamente ese componente solapadamente oscuro que no necesita de lo explícito. Todo está dicho, todo está narrado y nada parece esconderse atrás. Lo sentí como correr una cortina jugando a las escondidas y no encontrar a nadie.
-Las babas del diablo es un buen cuento, original. Me recordó un poco a Dorian Gray porque se trastocan los límites entre imagen y realidad. Me pareció muy bueno el cierre, la mirada eternamente limitada a un único plano.
-El perseguidor era a priori el plato fuerte. Me gustó mucho aunque sin llegar a verlo como EL cuento de Cortázar. Me pareció genial cómo el cuento presenta la fachada de estar centrado en la vida de Johnny pero lo jugoso termina estando en el escritor-biógrafo y su relación con Johnny. Es muy buena esa oscilación de sentimientos que va experimentando y que finalmente se zanja en un cierre que me pareció fantásticamente sutil.
-Las armas secretas es directamente hollywoodense. Una película donde se va generando lentamente el terror allí donde se suponía sólo habitaba lo cotidiano, una burda relación amorosa, hasta llegar a un desenlace digno de las mejores películas de suspenso. El diálogo final me pareció podría haber aportado algo más (o algo menos).